En ocasiones y cuando todo parece marchar con normalidad, aparece una crisis, una ruptura de esa normalidad y aunque puede ser de carácter social, político, económico, industrial, climática…., me refiero a la crisis personal, como algo más propio.
Al inicio de la crisis, sentimos que nuestro mundo, que nuestra vida, que nuestro cuerpo, sufre un desgarro, una ruptura. Nos damos cuenta, de que algo va mal. De que nuestra vida no funciona con arreglo a nuestros deseos, a nuestros sueños de cómo vivir. Vemos, confusamente, que hemos hecho algo mal, pues no vivimos donde deberíamos vivir, no tenemos el trabajo, los compañeros, los socios, la felicidad… que pensábamos tener. Que el caos, la catástrofe se ha apoderado de nosotros y de nuestra vida y no sabemos qué hacer, cómo salir de esta dolorosa situación, cómo poner orden y rumbo a nuestra vida.
Estamos sumergidos en la lucha primordial cósmica. Todas las cosmovisiones, todas las filosofías y religiones nos muestran esta lucha entre el caos y el orden, entre la luz y la oscuridad, entre el bien y el mal, entre la consciencia y la inconsciencia entre esto (sea lo que fuere) y su opuesto. La medicina y la psicología dan un nombre a esta situación al diagnosticarla o reconocerla como: depresión pura o asociada a otras características. La mística, lo llama “la noche del alma”.
Efectivamente, todo lo pudimos hacer de otra y mil formas más y nos culpamos por haberlo hecho como lo hicimos. Es un conflicto eterno, siempre tenemos la sensación de que adoptamos la decisión incorrecta, porque siempre apuntamos a la dirección “perfecta” y nos desconcertamos cuando, comprobamos, que no hemos sido tan perfectos.
Somos muy impacientes. Creemos que con un primer intento, daremos en la diana. No recordamos que pasó un tiempo desde nuestra creación, desde la fusión del óvulo y el espermatozoide, hasta nuestro nacimiento, durante el cual fuimos perfeccionándonos paso a paso. Tampoco tenemos en cuenta que transcurrió un tiempo balbuceando y errando hasta conseguir hablar y tambaleándonos y cayendo hasta lograr caminar y luego correr y así todo en nuestra vida ha sido paulatina y nada repentina.
Ahora estamos en crisis, estamos muriendo… a unas formas de vida que hemos de cambiar por otras, como ya nos ha sucedido otras veces: de bebé a niño, de niño a adolescente… No evocamos que de todas las crisis hemos salido, que a todas las muertes ha seguido una resurrección.
Los mitos, los cuentos, las filosofías, nos manifiestan esta pugna constante entre muerte y resurrección. Todos los héroes o modelos, mueren física o psíquicamente para resurgir. Blancanieves muere y luego vuelve a vivir. Cenicienta muere y resurge como princesa… Estos relatos, nos dicen que esperemos, que aguantemos, que no desesperemos, pues volveremos a vivir, volveremos a recobrar el control de nuestras vidas. Control u orden, que nos gustaría fuera eterno. Más en la realidad, en la vida, nada es eterno, todo fluye, todo se mueve, todo cambia, como señaló Heráclito, hace ya unos 2.500 años.
Saldremos de la crisis y estaremos en mejor situación para enfrentarnos a las próximas, ya que si todo fluye y cambia, la nueva situación de orden, cambiará y se desajustará, aunque será más pasajera y liviana, no nos desconcertaremos porque hemos aprendido que siempre resucitamos, que siempre volvemos a la vida, que todo desorden se recompone, igual que a toda la noche sigue el día y al día la noche.
En las próximas crisis o cambios, emergeremos más rápidamente (incluso pensaremos es una de las parajodas del diario vivir, más que una crisis), sin miedo a los cambios, a las tormentas emocionales que en principio nos arrasan y dejan exhaustos hasta que aprendemos a vigilar-controlar y paliar con la primera crisis, en la que creímos morir definitivamente.
Lusán, febrero de 2013
Al inicio de la crisis, sentimos que nuestro mundo, que nuestra vida, que nuestro cuerpo, sufre un desgarro, una ruptura. Nos damos cuenta, de que algo va mal. De que nuestra vida no funciona con arreglo a nuestros deseos, a nuestros sueños de cómo vivir. Vemos, confusamente, que hemos hecho algo mal, pues no vivimos donde deberíamos vivir, no tenemos el trabajo, los compañeros, los socios, la felicidad… que pensábamos tener. Que el caos, la catástrofe se ha apoderado de nosotros y de nuestra vida y no sabemos qué hacer, cómo salir de esta dolorosa situación, cómo poner orden y rumbo a nuestra vida.
Estamos sumergidos en la lucha primordial cósmica. Todas las cosmovisiones, todas las filosofías y religiones nos muestran esta lucha entre el caos y el orden, entre la luz y la oscuridad, entre el bien y el mal, entre la consciencia y la inconsciencia entre esto (sea lo que fuere) y su opuesto. La medicina y la psicología dan un nombre a esta situación al diagnosticarla o reconocerla como: depresión pura o asociada a otras características. La mística, lo llama “la noche del alma”.
Efectivamente, todo lo pudimos hacer de otra y mil formas más y nos culpamos por haberlo hecho como lo hicimos. Es un conflicto eterno, siempre tenemos la sensación de que adoptamos la decisión incorrecta, porque siempre apuntamos a la dirección “perfecta” y nos desconcertamos cuando, comprobamos, que no hemos sido tan perfectos.
Somos muy impacientes. Creemos que con un primer intento, daremos en la diana. No recordamos que pasó un tiempo desde nuestra creación, desde la fusión del óvulo y el espermatozoide, hasta nuestro nacimiento, durante el cual fuimos perfeccionándonos paso a paso. Tampoco tenemos en cuenta que transcurrió un tiempo balbuceando y errando hasta conseguir hablar y tambaleándonos y cayendo hasta lograr caminar y luego correr y así todo en nuestra vida ha sido paulatina y nada repentina.
Ahora estamos en crisis, estamos muriendo… a unas formas de vida que hemos de cambiar por otras, como ya nos ha sucedido otras veces: de bebé a niño, de niño a adolescente… No evocamos que de todas las crisis hemos salido, que a todas las muertes ha seguido una resurrección.
Los mitos, los cuentos, las filosofías, nos manifiestan esta pugna constante entre muerte y resurrección. Todos los héroes o modelos, mueren física o psíquicamente para resurgir. Blancanieves muere y luego vuelve a vivir. Cenicienta muere y resurge como princesa… Estos relatos, nos dicen que esperemos, que aguantemos, que no desesperemos, pues volveremos a vivir, volveremos a recobrar el control de nuestras vidas. Control u orden, que nos gustaría fuera eterno. Más en la realidad, en la vida, nada es eterno, todo fluye, todo se mueve, todo cambia, como señaló Heráclito, hace ya unos 2.500 años.
Saldremos de la crisis y estaremos en mejor situación para enfrentarnos a las próximas, ya que si todo fluye y cambia, la nueva situación de orden, cambiará y se desajustará, aunque será más pasajera y liviana, no nos desconcertaremos porque hemos aprendido que siempre resucitamos, que siempre volvemos a la vida, que todo desorden se recompone, igual que a toda la noche sigue el día y al día la noche.
En las próximas crisis o cambios, emergeremos más rápidamente (incluso pensaremos es una de las parajodas del diario vivir, más que una crisis), sin miedo a los cambios, a las tormentas emocionales que en principio nos arrasan y dejan exhaustos hasta que aprendemos a vigilar-controlar y paliar con la primera crisis, en la que creímos morir definitivamente.
Lusán, febrero de 2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario