Queramos o no, la vida es una rutina. Más o menos todos los días hacemos las mismas cosas e igualmente sucede en la Naturaleza: el día sigue a la noche y a esta el día y así sucesivamente y al verano el invierno, luego el otoño y después la primavera. Todo cambia, repitiéndose. Por supuesto un invierno no es igual a otro, nieva más o hace menos frío, pero sustancialmente son muy parecidos. En definitiva, vamos por la eclíptica dando vueltas alrededor del sol, una y otra vez, repitiendo las mismas posiciones año tras año.
Pero lo cierto es que la rutina tiene muy “mala prensa”, no nos gusta y de ahí los cambio diversos que tratamos de introducir en nuestra vida, propiciados por todo tipo de industrias interesadas: cambios de ropa, de lugares, de pasatiempos, de objetos y sustancias.
Sin embargo la actividad diaria es tozuda y termina siendo una rutina, más o menos exacta a la del día anterior. La única diferencia entre un día y otro es el matiz o cristal con el que consideramos esas rutinas: como trabajos o como problemas, según lo considere cada cual.
Para unos las vicisitudes de la vida, los cambios y las diferencias de un día a otro, se miden por los distintos quehaceres, labores, trabajos o incluso retos. Unos con más dificultad que otros, pero al fin y al cabo trabajos, que hay que hacer, que hay que solucionar, que hay que terminar, que hay que resolver.
Para otros, las vivencias o experiencias diarias, a escasísima dificultad que presenten, siempre son problemáticas. Todo es duro, espinoso, inaguantable, lleno de trabas, pegas, disgustos, infelicidades, malos ratos y penalidades. Estas personas viven en un malestar continuo; suelen decir, “esto solo me pasa a mí”, “qué mala pata tengo”, “me ha mirado un tuerto….”
Más cambiar ese pensamiento quejumbroso, dolido, rabioso, negativo o pesimista, es muy simple. Basta con considerar los “problemas” del día, como “trabajos”, como labores del día a día, pero siendo jornadas distintas. Unas más suaves y otras donde hay que “currar” esforzadamente para solventar definitivamente la tarea, en lugar de dejarla empantanada, mas o menos “por los siglos de los siglos”, esperando que entre tanto, baje algún angelito celestial para solucionarla; mientras se lamentan aquí y allá, por la mala suerte que tienen en la vida. Indicando así- una vez que se les explica por unos u otros y mejor o peor, lo de trabajos y problemas - que no están dispuestos al trabajo, sea mucho o poco, de cambiar el color del cristal con el que se ve la vida, prefiriendo seguir siendo pobres víctimas de los caprichos del destino que, al fin y al cabo y como manifiesto, está en nuestras manos, o séase, en los cristales de nuestros ojos y siempre sustituibles, eso sí, con algún esfuercillo (claro, los ángeles ayudan, pero solo a los que lo intentan de verdad).
Lusán: mayo 2013
Pero lo cierto es que la rutina tiene muy “mala prensa”, no nos gusta y de ahí los cambio diversos que tratamos de introducir en nuestra vida, propiciados por todo tipo de industrias interesadas: cambios de ropa, de lugares, de pasatiempos, de objetos y sustancias.
Sin embargo la actividad diaria es tozuda y termina siendo una rutina, más o menos exacta a la del día anterior. La única diferencia entre un día y otro es el matiz o cristal con el que consideramos esas rutinas: como trabajos o como problemas, según lo considere cada cual.
Para unos las vicisitudes de la vida, los cambios y las diferencias de un día a otro, se miden por los distintos quehaceres, labores, trabajos o incluso retos. Unos con más dificultad que otros, pero al fin y al cabo trabajos, que hay que hacer, que hay que solucionar, que hay que terminar, que hay que resolver.
Para otros, las vivencias o experiencias diarias, a escasísima dificultad que presenten, siempre son problemáticas. Todo es duro, espinoso, inaguantable, lleno de trabas, pegas, disgustos, infelicidades, malos ratos y penalidades. Estas personas viven en un malestar continuo; suelen decir, “esto solo me pasa a mí”, “qué mala pata tengo”, “me ha mirado un tuerto….”
Más cambiar ese pensamiento quejumbroso, dolido, rabioso, negativo o pesimista, es muy simple. Basta con considerar los “problemas” del día, como “trabajos”, como labores del día a día, pero siendo jornadas distintas. Unas más suaves y otras donde hay que “currar” esforzadamente para solventar definitivamente la tarea, en lugar de dejarla empantanada, mas o menos “por los siglos de los siglos”, esperando que entre tanto, baje algún angelito celestial para solucionarla; mientras se lamentan aquí y allá, por la mala suerte que tienen en la vida. Indicando así- una vez que se les explica por unos u otros y mejor o peor, lo de trabajos y problemas - que no están dispuestos al trabajo, sea mucho o poco, de cambiar el color del cristal con el que se ve la vida, prefiriendo seguir siendo pobres víctimas de los caprichos del destino que, al fin y al cabo y como manifiesto, está en nuestras manos, o séase, en los cristales de nuestros ojos y siempre sustituibles, eso sí, con algún esfuercillo (claro, los ángeles ayudan, pero solo a los que lo intentan de verdad).
Lusán: mayo 2013
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