lunes, 8 de septiembre de 2014

La felicidad

Los estudios detectan, que para las personas es más satisfactorio dar a los demás que recibir, la vida es paradójica y no nos deja ser realmente felices hasta que aprendemos a alimentar la necesidad innata de colaborar y de compartir con los demás.

Sabemos que la mayoría de la gente podría incrementar su nivel de bienestar con el esfuerzo adecuado, aunque también sabemos que tendemos a dejarnos llevar por una programación innata que nos orienta más fácilmente hacia la infelicidad que hacia la felicidad.

Las personas optimistas y agradecidas son más felices, y no sólo se siente mejor en lo emocional sino también en lo físico, superan mejor la adversidad, trabajan de forma más eficaz, resuelven con mayor competencia los conflictos y ganan más dinero. En definitiva, cuando logramos que los demás sean más felices incrementamos nuestras propias posibilidades de serlo también.


Los elementos que más contribuyen a la felicidad siguen siendo los que llevan siglos en boca de los sabios: la gratitud, el perdón, la compasión, saber disfrutar de la cosas pequeñas que nos acompañan a diario y tener una red de afectos no necesariamente amplia pero sí sólida.


Los estudios dicen que la gente es más feliz a partir de los 46 años. Es muy agradable el día que dejamos de esfrozarnos por ser jóvenes o delgados, aprendemos a aceptar las fortalezas y las debilidades, liberándose de una parte de frustración y de ambición. Se da más importancia a las relaciones con los demás.

Punto y a parte.

Entre una cuarta y una quinta parte de la mujeres tendrá una depresión a lo largo de su vida.


La gente con pareja tiene más probabilidades de ser feliz que los solteros.

Los niños aportan felicidad al cómputo global. Pero en el día a día aumentan considerablemente las preocupaciones y el estrés, y por tanto tienden a disminuír el bienestar diario de sus padres.

El dinero influye mucho en la felicidad si las personas no tienen cubiertas sus necesidades básicas. La gente sin hogar en Calcuta tienen un 2,9 de felicidad en una escala de 7, en cambio, muchos multimillonarios norteamericanos tienen un 5,8 en una escala de 7. 

Un inuit en Groenlandia y un masai que vive en una cabaña en África son tan felices como los ciudadanos acomodados de Estados Unidos.


Nuestros ingresos se han multiplicado vertiginosamente en las últimas décadas en los países desarrollados, pero los niveles de felicidad que meremos se parecen mucho a los que había antes de la segunda guerra mundial.

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